domingo, enero 29, 2006
Un Trasguitu en el armario
Abrió los ojos con lentitud. Los párpados le pesaban. Extrañamente no sentía los ruidos habituales y una luz rosada se colaba entre los resquicios de la persiana. De repente sintió un escalofrío:
- Amaaaaaaa!, ¿y la Coca?, ¿y las gallinas?
Miró por toda la habitación, se lanzó al suelo y se metió bajo la cama palpando a oscuras, y nada, allí no estaban. Imán tenía cinco años y su novia Coca se había ido con todas las gallinas y los poyinos, y no habían dejado ni un solo huevo.
- Amaaaaaaa!, la Coca no está.
La luz multiplicaba su gama de colores entre las cortinas y en un parpadeo, inesperadamente, apareció ante sus grandes ojos, surgiendo entre la luz de las cortinas, un trasguitu bacilón que le dijo:
- No, Imán, no se han marchado, busca en el armario.
- Pero… ¿quién eres?, ¿cómo has entrado?, le inquirió asustado Imán.
- Tú busca y no te preocupes de nada más, le respondió tranquilizador el trasguitu.
En efecto, Imán se dirigió al armario y entreabrió las puertas con tiento. Ya tenía ocho años y su cabecita bullía de sueños e ilusiones. Abrió el portón y, por encima de la puerta, asomó sus hocicos Paquito.
-Ooooooooh! Qué sorpresa, Paquito, Paquito, Paquito Chocolatero, qué bonito, exclamaba alborotado el niño.
Sobre la grupa roja de Paquito cabalgaban tío Honorio y Manuel, dirigiendo una piara de vacas montaña arriba. El paisaje era verde, verde y el orballo empapaba dulcemente sus huesos. Imán se unió al grupo de vaqueros y, a lomos de Paquito, remontaron el río y pasaron sobre campos cubiertos de flores blancas y verdes praderas henchidas de agua, y vieron cabañas de piedras, chozas celtas y hórreos en el aire, como suspendidos de la bruma.
Pero Imán se acordaba de la Coca y de las gallinas especialmente, ya que de buena gana se comería un par de huevos fritos con tomate.
- Uuuuum!, qué hambre, repetía el muchachito sin cesar.
Imán se sobresaltó y fue como si Paquito hubiera tropezado al galope y las chatas huyeran en todas direcciones. En aquella época Imán tenía doce años y una melena fuerte, de colores cárdenos, le cubría la frente. Quería ser futbolista, quería ser como Koeman y le llevaron a ver al Barça. Fue fantástico, le compraron el traje y las botas y le dieron un balón, pero él no se resignó y con un palo asestaba golpes a una pelotita para meter goles en porterías enanas. Imán se había llevado un gran susto y no sabía de cierto por qué.
El Trasguitu brincaba y brincaba, pero como era muy, muy pequeñín, el niño casi no reparaba en él, hasta que tropezó con sus pies desnudos y prefirió un grito agudo:
- Ay, ay, tonto, dijo el trasguito, no ves que me pisas y si me chafas no verás lo que hay en el armario. Mira, so tontorrón, mira en el fondo de los cajones.
Imán estaba alucinado pero hizo caso al duendecillo y abrió el cajón cimero. Le costaba un poco, por lo que tuvo que emplearse a fondo.
- Ei, noi, què fas?
Imán se quedó atónito, era la voz de Jordi, sí, de Jordi Culé, él la conocía muy bien.
- No pateixis, sóc jo, Jordi el del Barça.
El personaje salió disparado como un resorte, rebotó contra el techo dos o tres veces y cayó al suelo de pie.
- Qué alegría, Jordi, Jordi, vamos a ganar! Gritaba como loco Imán.
Se dieron un gran abrazo y charlaron cogidos del hombro como dos viejos colegas, recordando los trallazos de Koeman.
- Yo quiero ser como él…, estaba diciendo Imán, pero Jordi Culé ya no estaba allí. La luz entraba por la ventana a raudales. Se escuchaba una cotorra cantar a lo lejos y el Trasguitu se había dormito encima de su cama. Imán se revolvió sobre sí mismo, sudando. El pelo le atosigaba y decidió ir al barbero. Se pintaría el pelo de azul y comenzaría a salir por las noches, se dijo mientras se engominaba la cabeza. Se fue a sentar encima de la cama para ponerse los pantalones pero sintió que algo le pinchaba las posaderas, se levantó para ver qué era y descubrió al Trasguitu medio asfixiado.
- Burro, me podías haber asfixiado, ve con más cuidado o cierro el armario.
Y, en efecto, nuestro héroe se sintió fuertemente atraído por aquel misterioso armario que llevaba allí toda la vida sin desvelar sus secretos. Ahora, lo que vio fue un agujero en la tierra, muy pequeñito. Se inclinó para mirar y era una grillera, muy grande y confortable por dentro. Se dijo, yo quiero bajar a ver qué hay, y un huracán de humo denso pasó ante sus ojos y se disipó la niebla. La grillera alojaba en su interior muchos animales: ranas, grillos, conejos, arraclanes, ratoncinos, tortugas de invierno, vacas y cabras…, era como un zoológico animado flotando dentro de una pecera. Imán estaba como encantado hasta que el Transguitu emergió de la nada y le asestó un golpe en las canillas de las piernas:
- Vamos, no te distraigas, que tienes que entrenar duro.
Imán cogió su stick y las cachiporras de tocar la batería, pero no sabía a ciencia cierta qué camino tomar, así es que le dijo al Trasguito:
- Me voy a dormir una buena siesta porque me pesa mucho la mochila y después tengo que ir a la escuela.
Y sí, se quedó dormido profundamente, tanto, tanto que el reloj contó las horas sin parar.
Cuando despertó aquella mañana primaveral, tenía una confusa sensación, no acababa de captar bien dónde se hallaba. Cerró los ojos y se dio media vuelta, hasta que de repente la puerta de la habitación se abrió y apareció una niña con una máscara de escorpión cubriéndole la cara y una diadema de margaritas blancas ciñéndole la cabeza. Escorpichi, que así se llamaba la niña, estaba sentada en la hierba, jugando con unos patitos junto al río. Se levantó y cogió un pastel con velas ardiendo, atravesó la puerta de la habitación, quitándose la máscara:
- ¡FELICIDADES!, enano, ya tienes 18, ya puedes votar.
Y sí, sí, Imán se puso de pie encima de la cama y comenzó a botar y a botar sin parar. Vinieron sus papis y su hermanito y le desearon muchas felicidades mientras le besaban y abrazaban sin parar. El Trasguitu, sin embargo, le advirtió de que no perdiera de vista sus sueños, ya que en cualquier momento podrían salir del armario invadiendo la realidad con sus misterios.
Y sí, sí, no bien había acabado de hablar el duendecillo cuando vio pasar un ratoncillo corriendo por el suelo de la habitación. Se revolvió, se tiró al suelo y se metió bajo la cama palpando a oscuras en busca de la fiera. Cuando atrapó al animalillo sintió una gran satisfacción, pero el Trasguitu le dio un puntapié y le dijo:
- Ahí, entre tus manos tienes encerrado el secreto de tu futuro, dale buen queso al ratón y se abrirán ante tus ojos mundos insospechados, porque quien alimenta sus sueños siembra semillas inextinguibles en el corazón ajeno.
Pablo Muñoz
2 comentarios:
Ehti relatu lo ahcribí pal mi sobrinu Imanol candu cumplió 18 añinuh y alterna la fantasía con angunah cosinah de la realiá.
Después de leer esta belleza indescriptible ahora, sólo puedo decir que la poesía, gracias a los dioses, sigue teniendo ese poder demiúrgico de resucitar en la memoria y el corazón a aquellas personas que merecen un cacho enorme de inmortalidad. Y a aquellos pisajes y retazos de la vida, un camino de ida y vuelta sin tiempo. Que así sea.
Rosa María Lencero, a tí, Pablo Muñoz, te agradece esas campanadas de palabras y versos que han inundado de rosas, como las de Juan Ramón, esta página misteriosa del librordenador.
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